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ARTE
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Dibujar, pintar, escribir, armar piezas, todo en la vida de Lucy tiene que ver con crear belleza. No tiene fórmulas en su faceta artística, simplemente es ella viviendo la vida.
Las obras de Lucy revelan su forma de ver, pensar y sentir la vida. “Pinto lo que me sale del corazón”, dice. Con 83 años y una extensa trayectoria artística, se mantiene fiel a su filosofía: el arte como una búsqueda espiritual.
“El arte me salvó la vida, sobre todo cuando quedé viuda y con tres hijos”, confiesa y recuerda cómo en aquella época, su casa de campo en Yataity, se convirtió en una especie de galería de arte donde encontraba un refugio para pintar. “Pintar es hablar con los colores”, expresa.
Allí empezó a pintar sus famosos gatos. “Yo era más perruna. Pero antes de partir, mi marido me dijo: ‘cuando me vaya, voy a venir en forma de gato, y cuando lo conozcas te vas a enamorar de él’”, cuenta. Y así fue. A su gato Bianco lo encontró en un bar de barrio Jara, del cual es habitué. “Él siempre me espera en la calle hasta que llegue a casa”, agrega.
Lucy no le tiene miedo a la muerte. Es un tema presente en sus haikus o poemas breves. “Cuando morimos, no dejamos huellas, solo lágrimas”, escribió en uno de sus libros-arte, pequeñas libretas de papeles hechos a mano donde colecciona pensamientos y citas de los poetas que la enamoraron.
Su ex profesor de narrativa, Rubén Darío Saguier, antes de partir, le hizo prometer que no iba a dejar de escribir versos. “Le tengo mucho respeto a la palabra. Me inspira la naturaleza, por eso no podría vivir en un departamento”, menciona. Y su casa de Asunción, llena de plantas por todos los rincones, refleja esa conexión.
“También escribo mucho sobre el silencio porque, para mí, es el encuentro con uno mismo, con Dios y la naturaleza”, comenta, luego de declarar que a cada tanto hace ayuno del teléfono celular. Y aunque a veces este hábito la hace olvidar dónde lo deja, no pierde la vieja costumbre de guardar los contactos en una guía telefónica, por si acaso un día no lo termine encontrando.
Su discurso no está entintado de nostalgia, pero tiene pequeños gestos que dan a entender lo que extraña de otros tiempos. “Me pinto dos puntos negros en cada párpado inferior porque la gente ya no tiene el valor de mirarte a los ojos”, dice.
Practica la teosofía o -como resume- “la filosofía de la verdad”. Saluda al Sol al levantarse. Medita. Hace yoga. Y desde hace diez años lleva adelante una escuelita en Areguá llamada Kunumi Arete, donde promueve el cuidado de la naturaleza y el desarrollo del ser.
Se define como una mujer libre y una madre que no hace diferencias. Admiradora de Octavio Paz, ha tomado versos del poeta para crear momentos únicos con sus hijos. “Una vez los llevé a una parte alta del campo en Yataity y les hice gritar ‘¡Viva la vida!’ para que escuchen el eco de sus voces. Paz, en un discurso que había dado en Alemania, mencionó a un sabio que hacía referencia al eco de las palabras o a cómo estas resuenan cuando nacen desde adentro”, relata Lucy.
Sus libros-arte son justamente eso: un testimonio profundo de su alma. Inquieta. Creativa. Colorida. En ellos, la imaginación es infinita. Desde retazos de ao po’i, escritos en guaraní y recortes de diarios hasta grabados que ha hecho a lo largo de su carrera, todo vale en los relatos que construye en su interior.
Además de estas pequeñas bitácoras, en 2023 hizo amuletos, y lanzó un perfume de aromas florales y cítricos, Areté. ¿Esto confirma lo que pensamos? Sí, de alguna manera, Lucy siempre está creando. De hecho, en la mañana del día de la entrevista, el Sol no se dejó ver hasta recién cerca del mediodía. “Como no salía, me puse este vestido amarillo, para que parezca que salió”, cuenta, dejando evidencia de que cada momento de su vida puede convertirse en una obra de arte. Hasta en ella misma.
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